La Fiesta del Corpus Christi en Torrijos es una celebración religiosa en torno al Cuerpo y la Sangre de Cristo, cuya conmemoración reúne en el mismo lugar multitud de ritos y tradiciones seculares.
Esta expresión popular de alegría por la presencia real de Cristo se manifiesta en el cortejo procesional, epicentro de la fiesta, en la que participa todo el pueblo, y cuyo principal elemento es la Sagrada Forma.
Además, la festividad permite conjugar perfectamente la solemnidad oficial y la devoción popular. En ambos casos, la fiesta aglutinó a lo largo del tiempo una simbología compleja, con alegorías teológicas y costumbres populares, elementos entre lo figurado y lo lúdico que se combinaron para formar una concepción compleja de lo sagrado.
En Torrijos, merced a doña Teresa Enríquez, la festividad del Corpus cambió sus tradicionales celebraciones para convertirse en la principal procesión del año. Se tazaron nuevos ritos, nuevos recorridos y la liturgia se cargó de mayor solemnidad. Podíamos dividirlo en dos momentos: el religioso, capitalizado por la Iglesia, a quien correspondía la ceremonia en la Colegiata, y por la cofradía del Corpus Christi, que organizaba la procesión y las danzas, y el civil, el cual quedaba bajo cuidado del Concejo, abarcando los aspectos festivos como el adorno de las calles, los toros, autos y comedias.
El Jueves del Corpus, sobre las 5 de la mañana, entre dos luces, se cantaban los Laudes, y antes de la Misa Mayor, se colocaban en el altar, delante de la custodia, doce velas de cera blanca de media libra que lucirían desde este día hasta la octava.
Muy solemne era la celebración de la Misa Mayor, a las 10 de la mañana. Desde la sacristía salía el cortejo procesional dirigido por el pertiguero, con los ministriles tañendo sus instrumentos, los clerizones danzando austeramente y el cabildo de la Colegiata encabezado por el capellán mayor, que era el encargado de oficiar la misa.
Consagrada la Sagrada Forma se colocaba en el viril de la custodia, con el sonido del órgano y el canto del Pange Lingua, para proceder después al comienzo de la procesión.
Signo distintivo de toda la celebración en honor del Santísimo Sacramento, la procesión era el punto culminante de toda la fiesta, donde los fieles adoran el Cuerpo de Cristo en la Custodia.
Una vez expuesto el Santísimo en la Custodia, los clerizones bailaban sus danzas en honor del Corpus Christi, al son de los ministriles.
La procesión partía de la Colegiata a las 11 de la mañana, con el continuo repique de campanas de la torre.
El itinerario se iniciaba en la puerta principal, dirección a la Calle de la Rúa o Mayor y continuando hasta la esquina de la Calle de la Trinidad, actual comienzo de la Plaza del Cristo. Subía por la plaza del Cristo hasta el Hospital de la Santísima Trinidad. Calle del Cristo arriba, procesionaba hasta la calle de San Juan por donde descendía hasta la calle de la Buenadicha y plaza del Caño Viejo, para entrar otra vez por la puerta de Poniente de la Colegiata.
El deseo de los fieles y las cofradías de estar lo más cerca posible del Santísimo Sacramento producía no pocas rivalidades. Por esta razón, era preciso un meticuloso protocolo, conforme al cual se organizaba la procesión. Aún así, muchas veces se originaban roces y discusiones, hasta el punto de iniciarse sonados pleitos sobre el derecho de “ir en mejor lugar” de estandartes, de cofradías y de danzas, en el desfile sacro.
La procesión estaba encabezada por dos personajes que formaban parte de la nómina de sirvientes de la Colegiata: el perrero y el pertiguero. El primero estaba encargado de ir ahuyentando con su “azote” a los perros que pudieran andar en las calles por donde iba a pasar el cortejo procesional y el pertiguero, cuyo oficio era el de poner orden en la procesión, llevaba en su mano una vara de plata en cuyo remate estaba la insignia del Santísimo Sacramento.
Seguidamente la cruz parroquial de San Gil, de plata, acompañada de dos ciriales. A continuación se disponían en el cortejo las diferentes hermandades y cofradías torrijeñas, por orden de antigüedad en su fundación. Es decir, desfilaban primero las hermandades de más reciente creación, y después las más antiguas, con sus respectivos estandartes, los rectores y diputados (hermanos mayores) con los cetros.
El cortejo se formaba junto a los estandartes por dos filas paralelas de hermanos de dichas cofradías, y personas del pueblo. Detrás, en el lado derecho de la fila, los cofrades de la cofradía del Corpus Christi y, en el lado izquierdo, los cofrades de la cofradía del Santísimo Sacramento de San Gil.
Después de las hermandades y cofradías discurría, caminando en la parte central, el maestro de capilla con el colegio de clerizones, revestidos con vestiduras encarnadas, que iban entonando motetes eucarísticos, aunque sin bailar por la calle.
Detrás acompañaban el padre guardián y frailes del convento franciscano de Santa María de Jesús, invitados por el cabildo de la Colegiata. A continuación se disponía el cabildo de capellanes de la parroquia de san Gil, los beneficiados y el párroco.
Les seguía el guión del cabildo de la Colegiata del Corpus Christi, una gran cruz de plata sobredorada. Luego los beneficiados y capellanes de las diferentes memorias y capellanías fundadas en la Colegiata, revestidos con sobrepellices.
Junto a ellos se situaban los capellanes del cabido del Santísimo Sacramento, por orden de antigüedad, como lo hacen al entrar al coro para las horas canónicas.
Detrás se colocaban los diputados de las dos cofradías del Santísimo Sacramento, el mayordomo de la de San Gil con el cetro de la cofradía y detrás el rector de la del Corpus Christi con el estandarte. Aparecía entonces el paso de la custodia, bajo palio, a hombros de cuatro clerizones en sus andas.
La custodia, donada por Dña. Teresa al fundar la iglesia, era de grandes dimensiones, “de plata sobredorada con su pie relicario y viril, y el pie armado de hierro y vidrieras de cristal, y cuarenta y cinco botones de oro esmaltados y labrados al uso antiguo que están por adorno de la custodia. Y los veintiséis botones están en los rayos y pie con tres perlas grandes cada uno y cuatro en los rayos del viril, que cada uno tiene cinco perlas netas”.
Las andas eran también de plata
Tras la custodia iba el Capellán Mayor acompañado por un diácono y subdiácono, el sacristán y el capellán presidente, así como el duque o su representante, el corregidor y el Concejo de la Villa.
A su regreso al templo la custodia se colocaba de nuevo sobre el altar mayor, donde permanecería “patente” el Santísimo Sacramento hasta la octava del Corpus.
Esta expresión popular de alegría por la presencia real de Cristo se manifiesta en el cortejo procesional, epicentro de la fiesta, en la que participa todo el pueblo, y cuyo principal elemento es la Sagrada Forma.
Además, la festividad permite conjugar perfectamente la solemnidad oficial y la devoción popular. En ambos casos, la fiesta aglutinó a lo largo del tiempo una simbología compleja, con alegorías teológicas y costumbres populares, elementos entre lo figurado y lo lúdico que se combinaron para formar una concepción compleja de lo sagrado.
En Torrijos, merced a doña Teresa Enríquez, la festividad del Corpus cambió sus tradicionales celebraciones para convertirse en la principal procesión del año. Se tazaron nuevos ritos, nuevos recorridos y la liturgia se cargó de mayor solemnidad. Podíamos dividirlo en dos momentos: el religioso, capitalizado por la Iglesia, a quien correspondía la ceremonia en la Colegiata, y por la cofradía del Corpus Christi, que organizaba la procesión y las danzas, y el civil, el cual quedaba bajo cuidado del Concejo, abarcando los aspectos festivos como el adorno de las calles, los toros, autos y comedias.
El Jueves del Corpus, sobre las 5 de la mañana, entre dos luces, se cantaban los Laudes, y antes de la Misa Mayor, se colocaban en el altar, delante de la custodia, doce velas de cera blanca de media libra que lucirían desde este día hasta la octava.
Muy solemne era la celebración de la Misa Mayor, a las 10 de la mañana. Desde la sacristía salía el cortejo procesional dirigido por el pertiguero, con los ministriles tañendo sus instrumentos, los clerizones danzando austeramente y el cabildo de la Colegiata encabezado por el capellán mayor, que era el encargado de oficiar la misa.
Consagrada la Sagrada Forma se colocaba en el viril de la custodia, con el sonido del órgano y el canto del Pange Lingua, para proceder después al comienzo de la procesión.
Signo distintivo de toda la celebración en honor del Santísimo Sacramento, la procesión era el punto culminante de toda la fiesta, donde los fieles adoran el Cuerpo de Cristo en la Custodia.
Una vez expuesto el Santísimo en la Custodia, los clerizones bailaban sus danzas en honor del Corpus Christi, al son de los ministriles.
La procesión partía de la Colegiata a las 11 de la mañana, con el continuo repique de campanas de la torre.
El itinerario se iniciaba en la puerta principal, dirección a la Calle de la Rúa o Mayor y continuando hasta la esquina de la Calle de la Trinidad, actual comienzo de la Plaza del Cristo. Subía por la plaza del Cristo hasta el Hospital de la Santísima Trinidad. Calle del Cristo arriba, procesionaba hasta la calle de San Juan por donde descendía hasta la calle de la Buenadicha y plaza del Caño Viejo, para entrar otra vez por la puerta de Poniente de la Colegiata.
El deseo de los fieles y las cofradías de estar lo más cerca posible del Santísimo Sacramento producía no pocas rivalidades. Por esta razón, era preciso un meticuloso protocolo, conforme al cual se organizaba la procesión. Aún así, muchas veces se originaban roces y discusiones, hasta el punto de iniciarse sonados pleitos sobre el derecho de “ir en mejor lugar” de estandartes, de cofradías y de danzas, en el desfile sacro.
La procesión estaba encabezada por dos personajes que formaban parte de la nómina de sirvientes de la Colegiata: el perrero y el pertiguero. El primero estaba encargado de ir ahuyentando con su “azote” a los perros que pudieran andar en las calles por donde iba a pasar el cortejo procesional y el pertiguero, cuyo oficio era el de poner orden en la procesión, llevaba en su mano una vara de plata en cuyo remate estaba la insignia del Santísimo Sacramento.
Seguidamente la cruz parroquial de San Gil, de plata, acompañada de dos ciriales. A continuación se disponían en el cortejo las diferentes hermandades y cofradías torrijeñas, por orden de antigüedad en su fundación. Es decir, desfilaban primero las hermandades de más reciente creación, y después las más antiguas, con sus respectivos estandartes, los rectores y diputados (hermanos mayores) con los cetros.
El cortejo se formaba junto a los estandartes por dos filas paralelas de hermanos de dichas cofradías, y personas del pueblo. Detrás, en el lado derecho de la fila, los cofrades de la cofradía del Corpus Christi y, en el lado izquierdo, los cofrades de la cofradía del Santísimo Sacramento de San Gil.
Después de las hermandades y cofradías discurría, caminando en la parte central, el maestro de capilla con el colegio de clerizones, revestidos con vestiduras encarnadas, que iban entonando motetes eucarísticos, aunque sin bailar por la calle.
Detrás acompañaban el padre guardián y frailes del convento franciscano de Santa María de Jesús, invitados por el cabildo de la Colegiata. A continuación se disponía el cabildo de capellanes de la parroquia de san Gil, los beneficiados y el párroco.
Les seguía el guión del cabildo de la Colegiata del Corpus Christi, una gran cruz de plata sobredorada. Luego los beneficiados y capellanes de las diferentes memorias y capellanías fundadas en la Colegiata, revestidos con sobrepellices.
Junto a ellos se situaban los capellanes del cabido del Santísimo Sacramento, por orden de antigüedad, como lo hacen al entrar al coro para las horas canónicas.
Detrás se colocaban los diputados de las dos cofradías del Santísimo Sacramento, el mayordomo de la de San Gil con el cetro de la cofradía y detrás el rector de la del Corpus Christi con el estandarte. Aparecía entonces el paso de la custodia, bajo palio, a hombros de cuatro clerizones en sus andas.
La custodia, donada por Dña. Teresa al fundar la iglesia, era de grandes dimensiones, “de plata sobredorada con su pie relicario y viril, y el pie armado de hierro y vidrieras de cristal, y cuarenta y cinco botones de oro esmaltados y labrados al uso antiguo que están por adorno de la custodia. Y los veintiséis botones están en los rayos y pie con tres perlas grandes cada uno y cuatro en los rayos del viril, que cada uno tiene cinco perlas netas”.
Las andas eran también de plata
Tras la custodia iba el Capellán Mayor acompañado por un diácono y subdiácono, el sacristán y el capellán presidente, así como el duque o su representante, el corregidor y el Concejo de la Villa.
A su regreso al templo la custodia se colocaba de nuevo sobre el altar mayor, donde permanecería “patente” el Santísimo Sacramento hasta la octava del Corpus.
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