Una nueva historia nos trae a esta ventana un hecho histórico relacionado con un torrijeño emigrado a las Indias en el siglo XVI.
Después de fundada
Los Agustinos de San Cristóbal desearon cristianizar a los indios Táribas y al efecto, enviaron a dos religiosos de su convento, sin más equipaje que sus breviarios y una tabla en donde estaba una imagen de Nuestra Señora de
Amparados por
Fue en casa de Alonso Álvarez de Zamora, uno de los primeros pobladores de Táriba, quien residía allí con su padre dedicado a las faenas agrícolas. Tenía visita Álvarez de Zamora, pues estaban pasando el día con él algunos amigos que habían acudido aquel día de San Cristóbal. Uno de los visitantes era el joven torrijeño Juan Ramírez de Andrade, que andando el tiempo sería Alférez Real de la ciudad de Pamplona (Colombia) a muy pocos kilómetros.
Mientras los adultos hablaban, los jóvenes decidieron organizar una partida de bolas. Tomaban parte en el juego el mencionado Ramírez de Andrade y tres de los hijos del anfitrión, a saber Jerónimo de Colmenares, Alonso Álvarez de Zamora y Pedro de Colmenares. Durante el transcurso del juego se les rompió una de las paletas que usaban para el mismo. La búsqueda de alguna tabla, con la que pudieran suplir la paleta rota, los condujo a la despensa de la casa, en la que se guardaban las cosechas. Allí encontraron una tablilla que parecía haber sido imagen, a juzgar por la guarnición que aún conservaba; pero ni la guarnición estaba barnizada, ni se podía distinguir figura alguna. Decididos a partirla, la golpearon sin éxito contra una piedra. Intentó lo mismo Jerónimo con un cuchillo. Salió en ese momento de la casa la madre de los muchachos, Leonor de Colmenares y, airadamente, los regañó por la irreverencia que estaban cometiendo contra la que ella conocía que había sido imagen sagrada; quitándosela, volvió a guardarla en la despensa, colgándola de una estaca en la pared. Era poco después del mediodía.
Algunas horas después, hacia las cuatro de la tarde, con sorpresa, advirtieron que la despensa resplandecía como si se hubiera incendiado. Corrieron todos, ansiosos, para apagar el fuego que parecía amenazar toda la casa; pero mayor fue aun su sorpresa cuando, al penetrar en la despensa, cayeron en la cuenta de que la luz brotaba de la tabla, y que en ella aparecía, claramente dibujada, la imagen de Nuestra Señora, bajo la advocación de La Consolación.
En la actualidad, la pequeña ermita construida en la despensa del maíz se ha convertido en una basílica menor, declarada como tal por el Papa Juan XXIII, el 23 de Octubre de 1959.
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