Comentábamos con anterioridad, en la entrada de presentación de la revista Cañada Real XII, que entre los personajes más ilustres de nuestra Historia Local y, curiosamente, uno de los más desconocidos por sus paisanos contemporáneos y posteriores, figura fray Diego de Torrijos, uno de los compositores de música sacra más importantes durante el reinado de Carlos II “el Hechizado”.
No ha sido, en verdad, para nosotros tarea fácil recabar datos de la biografía de nuestro protagonista y, al igual que otros tratadistas, hemos tenido que recurrir a la valiosa información de las “Memorias Sepulcrales” del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, además de completarla con la información que de fray Diego nos suministra, un siglo después de su muerte, Francisco de Paula Rodríguez, músico bajonista de dicho monasterio, en su obra “Familia Religiosa”, publicada en 1656.
SU INFANCIA
Este insigne músico que fue clerizón, cantorcillo, maestro de capilla, presbítero y uno de los más fecundos compositores del reinado de Carlos II se llamó en su siglo Diego Díaz de Castro y Ceballos. Nació en Torrijos el día 6 de abril de 1653 en el seno de una familia acomodada y muy religiosa.
Sus padres fueron Pedro Díaz de Castro, natural de Novés y doña María de Ceballos y Villalobos, natural de Torrijos, casados y velados en la iglesia parroquial de San Gil el 22 de agosto de 1645.
Gente notable, poseían tierras tanto en Novés como en Torrijos. La casa donde nació el pequeño Diego muy bien podría estar situada en la Calle de la Rúa, como la casa de sus abuelos, situada en esta misma calle entre mesones, tiendas y oficinas principales.
Diego era el tercero de los cuatro hermanos nacidos de este matrimonio: Pedro (4/julio/1648) que con el tiempo llegó a profesar como monje en el monasterio de San Jerónimo de Guisando (Ávila) con el nombre de fray Pedro de Torrijos; Joseph (1/octubre/1650) casado a los veinte años con María Gutiérrez; Diego, y la más pequeña, Micaela (8/mayo/1658) fundadora tras su matrimonio con Marcos Díaz-Puebla de una saga de importantes personajes torrijeños.
El pequeño Diego fue bautizado en la parroquia de San Gil el 26 de abril de ese mismo año por el Licenciado Francisco de Rueda, siendo sus padrinos don Luis de Vargas y doña Magdalena de Ceballos, sus tíos.
Desconocemos el nombre de los abuelos paternos, pero sí el de los abuelos maternos: Diego Domínguez de Ceballos y doña María Téllez de Villalobos. De este matrimonio nacieron tres niñas: doña Magdalena (1614) casada con el hidalgo Luis de Vargas, natural de Novés; doña Juana (1616) casada con el torrijeño Alonso del Valle y doña María (1618) madre de nuestro Diego.
La siguiente noticia localizada sobre Diego en los libros sacramentales de la parroquia de San Gil aparece muy poco tiempo después, en concreto el 14 de septiembre de 1653. Se refiere al sacramento de la Confirmación, recibido junto a su hermano Joseph de manos de fray Francisco de Villagutiérrez y Chumacero, obispo de Troya (Auxiliar de Toledo). Actuó como padrino D. Mateo de Quintanilla, contador mayor del Duque de Maqueda.
Los primeros años de la infancia de Diego transcurren entre los juegos con sus hermanos y el “trabajo” en el campo de sus padres, que también se preocupaban por la educación de sus hijos, algo poco habitual en la época. El entorno familiar, muy religioso, hizo despertar en el chico desde su más tierna niñez una vocación clara de servicio a los demás y un apego a la espiritualidad, que marcaría profundamente su vida de fraile jerónimo.
Pero la muerte repentina de su padre, ocurrida el 7 de octubre de 1658, truncó los sueños familiares, cuando Diego contaba con tan solo cinco años. Ocupó este lugar su tío y padrino don Luis de Vargas que, en un primer momento decidió que el pequeño continuara con su vida normal en el hogar y el campo, aunque pronto comprobaría que las virtudes de su sobrino caminaban por otros caminos más provechosos.
A principios del año 1661 don Luis comunicó al cabildo de capellanes de la iglesia Colegiata del Corpus Christi su intención de que su sobrino, Diego Díaz de Castro entrara al servicio del coro como clerizón. El Capellán Mayor, don Onofre López de la Fuente, sólo le puso como condición que el muchacho tuviera una sotana y una sobrepelliz como vestiduras para dicho servicio. Podría estar seis años: los tres primeros serviría a la iglesia tanto en el altar como en el coro todas las horas canónicas y divinos oficios; los tres siguientes estarían centrados en recibir estudios de música, gramática y retórica.
Resulta curioso cómo, con tan pocos años, el joven Diego aprovechaba todos los momentos del día para aumentar sus conocimientos, poniendo gran interés en aprender cómo se desarrollaba el ceremonial de la iglesia y los ritos propios de cada tiempo litúrgico.
No es extraño, por ello, que con tan sólo diez años, cuando el cabildo de capellanes de la Colegiata se reúne el 26 de marzo de 1664 para elegir por votación entre todos los mozos de coro que por entonces servían en la iglesia a los cuatro “Clerizones del Abad”, saliese entre los elegidos. Así, nombraron a Antonio García, Francisco de Dueñas, Diego Rodríguez y nuestro Diego Díaz de Castro.
Los “Clerizones del Abad” eran cuatro jóvenes mozos sirvientes en la Colegiata que, según la cláusula del testamento del Capellán Mayor Pedro Alonso de Riofrío, Abad de San Salvador de Sevilla, debían ser “las mejores voces que se hallaren y más útiles para el servicio de la iglesia”, a los que se entregarían veinte ducados como “beca” para sus estudios.
El cabildo encarga esta tarea al capellán don Bartolomé de Herrán Castillo, quien impartirá sus conocimientos en gramática y retórica. El maestro de capilla, don Antonio Gálvez será el encargado de dar las lecciones de canto, una de canto llano y otra de canto de órgano y contrapunto.
La impresionante progresión de Diego en sus estudios no pasa desapercibida para ninguno de los capellanes de la Colegiata, ni siquiera para su tío Luis, quien alentó a su sobrino para que siguiera sus estudios en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario