Recuperamos ahora este artículo aparecido en la revista Cañada Real, donde aparecen las fechas en las que se levantó el monasterio en los "solares" ocupados ahora por el Hospital de la Santísima Trinidad, y que de tanta actualidad está.
Desde que D. Gutierre y Dña. Teresa compran la Villa de Torrijos en 1482 al Cabildo de la Catedral de Toledo, nuestro pueblo comienza a “sufrir” un gran cambio, tanto en el aspecto arquitectónico como en el espiritual, el económico, laboral, etc.
Comenzarán las obras del monasterio franciscano de Santa María de Jesús, la reforma en el Alcázar-Palacio de los Reyes de Castilla, la reconstrucción de la cerca o muralla de la Villa (junto con la Torre que da nombre a nuestro pueblo); también comienza Dña. Teresa a plantear las diferentes fundaciones que iba a desarrollar en los siguientes años como la fundación de conventos, hospitales y patronatos eucarísticos.
En Santa Catalina
Cuando en el año 1496 llegaron a Torrijos tres beatas desde la Villa de Ocaña, doña Teresa las recibió en su casa-palacio para que ayudaran en el reparto de las limosnas a todos los pobres que llegaban hasta allí: “E como es dicho, venida muchedumbre de pobres a la Villa de Torrijos a la fama de las limosnas grandes que esta cristiana señora hacía, mandó y ordenó [...]se juntasen infinitos pobres en el patio de su palacio [...] y ella por sus propias manos repartía el pan a los niños y las niñas, y sus criados y criadas repartían a los otros pobres”.
Doña Teresa “viendo su mucha virtud y santidad” mandó al mayordomo Luís de Torres que edificara una casa para cobijo de las tres beatas con el propósito de fundar allí un monasterio de monjas. Le encarga a su vez que lo haga en un sitio concreto de la Villa, y no en otro: el cementerio de la iglesia de Santa Catalina.
Pero, ¿qué tenía de especial este punto? ¿Por qué no eligió otro lugar cualquiera dentro de los muros de la Villa?
Nos remontaremos años atrás, hasta el 31 de Marzo de 1492, cuando los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos de todos sus reinos. Para ello se fijó un plazo de 4 meses en el cual se deberían convertir o salir definitivamente del reino.
En un principio se les permitió llevar consigo todos los bienes, excepto oro, plata, monedas, caballos y armas, que debían convertir en letras de cambio para poder sacarlos.
Pronto surgió un gran problema, al convertirse los judíos en acreedores y deudores, sobre todo en las situaciones en las que los cristianos eran acreedores de judíos, ya que los Reyes tuvieron que nombrar jueces comisarios.
En nuestro caso, desde que se hiciera público el edicto de expulsión, los Reyes Católicos debieron hacer merced a D. Gutierre de los bienes de los judíos que vivían en sus tierras, lugares y villas.
Y no era la primera vez que los Reyes actuaban así, en relación con la donación de los bienes de esta comunidad a un miembro de la alta nobleza, como había ocurrido también con el duque de Alba o el duque del Infantado.
A mediados de 1492, D. Gutierre ordena a sus criados Luís de Sepúlveda, Gabriel de Tapia y Gómez de Robles que acudan a Torrijos y Maqueda para pregonar un edicto en el que se ordena, entre otras cosas, que “la segunda sinagoga de Torrijos se tome para que sea mesquita para los moros” y que las sinagogas de Maqueda “se guarden para que se haga dellas lo que mandare”.
Por este documento queda claro que en Torrijos, al menos, existieron dos sinagogas, dejando la segunda para mezquita. Pero, ¿qué pasó con la primera? En mi humilde opinión “se guardó”, como las de Maqueda, para cristianizarla al poco tiempo de la expulsión, pasando de sinagoga a iglesia bajo el título de Santa Catalina de Siena. También quedó agregado a esta fundación el antiguo cementerio judío contiguo al citado edificio.
Como curiosidad, estos mismos hechos están documentados en la Ciudad de Valencia. Cuando se derriba el Real Monasterio de Santa Catalina de Siena para la construcción de una gran superficie comercial, se localizan los restos de un cementerio judío. Los inicios de la orden de Santo Domingo, en Valencia, se remontan a 1491 cuando... "tres monjas cuya fama y buen nombre era notorio en toda la ciudad, inician vida claustral en un lugar que les fue donado por el rey don Fernando"... Se trataba de una capilla y una pobre casa emplazadas en el cementerio de los judíos. Posteriormente ocuparon algunas casas contiguas y realizaron ampliaciones por donaciones, hasta fundarse en 1492 el convento.
De vuelta a Torrijos, hacia 1497, comienza la construcción del monasterio junto a la iglesia de Santa Catalina quedando las monjas recogidas en una casa “pequeña con grande edificación y ejemplo de todo el pueblo” hasta su finalización.
Las obras se realizaron en un breve espacio de tiempo, agregándose a las tres beatas iniciales otras tres más. Sus nombres: María de Calderón, Abadesa; Catalina Vázquez, vicaria; Teresa de Herrera; Catalina de Saavedra; María de Saavedra y María de la Cruz.
Poco tiempo después, doña Teresa acude a Roma para que el Papa Alejandro VI facultara a las seis beatas sin votos que estaban en Torrijos para profesar en la Tercera Orden de San Francisco, tomando el hábito el día 8 de Mayo de 1497. Además, el Papa ordenó a doña Teresa que las beatas siguieran sujetas al ordinario, es decir, al Arzobispo de Toledo.
Fundación de la Concepción de Torrijos
Nuevamente en el año 1507 acude Dña. Teresa a Roma solicitando, esta vez, de Julio II, la aprobación para la fundación de un nuevo monasterio bajo la reciente regla de la Concepción, aprobada por el Papa Inocencio VIII en 1489. Así, el 21 de Junio de 1507 el Papa Julio II promulgó la Bula “Inter cetera divinae majestati” por la que el convento de Torrijos pasaba a profesar en la regla.
El texto de la Bula nos dice que Doña Teresa “[...]hizo edificar una casa, que está cerca de la iglesia llamada ermita de Santa Catalina, dentro de los términos de la parroquia del lugar de Torrijos de dicha diócesis, para uso y habitación de algunas mujeres beatas de la Concepción de la Beatísima Virgen María, en donde alaban a Dios; y están al cuidado y administración del Arzobispo de Toledo o religiosos observantes, en la cual al presente viven loable y honestamente; Desea ahora la misma Doña Teresa erigir en la casa e iglesia de Santa Catalina un monasterio de la orden de la Concepción de la misma Beatísima Virgen María y después de erigido dotarle de los bienes que Dios le ha dado. Por la cual de parte de la misma Doña Teresa se nos fue humildemente suplicado que con nuestra apostólica benignidad nos dignásemos dar todas las providencias necesarias y mandásemos erigir en la casa e iglesia de Santa Catalina un monasterio de monjas de la orden de la Concepción de la Beatísima Virgen María con iglesia humilde, campanario, campana, claustro, refectorio, cementerio, dormitorio y otras oficinas, en la misma conformidad que está el monasterio de monjas de la misma orden de la Ciudad de Toledo, bajo la invocación de la Concepción [...]”
El 20 de Septiembre de ese mismo año fueron recibidas en la orden por el P. Martín de Vergara, vicario provincial de Castilla.
Repentino traslado
Tras la nueva fundación del convento en la casa y ermita de Santa Catalina, la Señora de Torrijos debió tener algún problema a este respecto, ya que, dos años después tiene que trasladar el convento a la primera vivienda que tuvieron en Torrijos doña Teresa y don Gutierre, junto a su familia: el alcázar-palacio de los Reyes de Castilla.
¿Por qué tomó Dña. Teresa esta decisión tan repentina, en tan corto período de tiempo?
Varios autores de la época nos ponen en la pista:
Pedro de Salazar, OFM, nos dice que “estuvieron dos o tres años en Santa Catalina”, pero que por “la falta de agua y otras dificultades” se trasladan al palacio.
D. Juan Alonso Maldonado, en “La Vida de San Germán”, apunta que en Santa Catalina “se conservaron dos años y por lo poco aparente del sitio y la falta de aguas se trasladaron donde hoy están (palacio)”.
Ambos autores coinciden en sus causas, aunque podríamos poner en duda la falta de aguas, ya que pocos años después se fundaría el Hospital de la Santísima Trinidad sobre las mismas dependencias.
En cuanto a “lo poco aparente del sitio” y “otras dificultades” podrían referirse a la verdadera causa del repentino traslado: la fundación de un monasterio o lugar de oración cristiano sobre una sinagoga judía, y el consiguiente interés que había tomado este asunto para la Santa Inquisición.
El caso es que a finales de 1509 doña Teresa, para evitar males mayores, trasladó el Convento de la Concepción al alcázar-palacio, reestructurando las dependencias para la clausura. Prueba de ello son las pinturas murales fechadas en 1510 del refectorio monacal, recientemente restauradas y sacadas a la luz.
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