lunes, 14 de octubre de 2013

ENTRE OTRAS COSAS... VA DE LIBROS


Uno de los objetivos fundamentales que justificaron y justifican la “razón de ser y estilo vital” de la Asociación “Amigos de la Colegiata” es la recuperación, conservación y permanente defensa del rico Patrimonio Artístico e Histórico de nuestra villa de Torrijos, y a él nos hemos entregado firme y decididamente; en lo que algunos califican  contando con todo nuestro respeto y reconocimiento – de “misión quijotesca y hasta temeraria”…

Esta Asociación, nacida con clara vocación de servicio, no sólo se define como apolítica y aconfesional, sino que, permanentemente cumple dichas premisas; aunque ello conlleve las inherentes críticas e incomprensiones de quienes no comprenden que nuestro único e inquebrantable compromiso moral gira en torno a los intereses culturales de este pueblo de Torrijos y de sus gentes.

Podemos presumir y presumimos, con las suficientes dosis de humildad, del espíritu independiente que nos anima a seguir adelante con nuestros proyectos y asumimos el “coste” que dicho carácter conlleva. Y, con la ilusión y fuerza moral que nos insufla el respaldo y ánimo de muchos torrijeños, soportamos “nuestros trabajos y nuestros días” en aras de compartir el amor a nuestro pueblo; sentimiento que algunos – sean tirios o troyanos – denominaron en su día “torrijeñismo”, y que nosotros nos permitimos definir como “pasión por lo torrijeño”…

Aunque suene a manido tópico “conocer es amar” y, a la búsqueda de tal conocimiento encauzado a la investigación de la Historia e Intrahistoria de nuestro pueblo, siguiendo unos concretos planteamientos y fines didácticos, hemos dedicado gran parte de “nuestros trabajos y nuestros días”. Y siempre hemos buscado conjugar la “Recuperación Patrimonial Material”: “obras son amores, que no buenas razones”, – prolijo sería detallarlas – en cuyos logros Instituciones, Asociaciones y pueblo compartimos protagonismo, con otra cara de la misma moneda: estudiar y dar a conocer el Patrimonio Inmaterial, en el que la citada Intrahistoria Torrijeña ocupa un lugar preeminente. Y de ésta tratan muy especialmente tres de nuestros treinta y ocho libros: “Torrijos, perfiles históricos” (agotado), “Cuando Torrijos era aún pueblo” (agotado) y “Dos siglos de Canciones Populares Torrijeñas” (casi agotado).

Si sorprendente fue la acogida de los 1.700 ejemplares del primero de nuestros libros, no lo fue menos la de “Cuando Torrijos era aún pueblo”, cuyos 500 ejemplares se agotaron en menos de quince días de su presentación.

Sin que ello suponga el más mínimo atisbo de crítica al interés cultural de la sociedad torrijeña, nuestra experiencia nos permite afirmar que la “cota editorial máxima” es de unos 500 ejemplares, siendo lo más recomendable la cifra de trescientos.

El porqué del “boom” del libro “Cuando Torrijos era aún pueblo” puede hallar explicación en que – sin que nadie se ofenda; nada más ajeno a nuestra voluntad – los “autoconsiderados” torrijeños de toda la vida” – sólo un cuarenta por ciento de los mismos supera la descendencia de cuatro generaciones – se sienten identificados con esas rotundas páginas de “Intrahistoria” que rezuman generosamente las páginas del libro: costumbres, tradiciones, fiestas populares, deportes y juegos populares, celebraciones religiosas, apodos o motes, como señas de identidad; folclore, gastronomía; sin olvidar el rico léxico o habla popular de Torrijos y su Comarca, en la que nuestro pueblo desempeñó el importante papel de “crisol lingüístico”, que aglutinó e hizo propias las “hablas comarcanas” y las influencias de los flujos migratorios llegados a nuestra villa.

Precisamente, uno de los capítulos más curiosos del libro e el final, intitulado: “Glosario de “torrijeñismos” y otros “palabros” comarcanos usados en nuestra habla”, en el que hemos recopilado más de tres mil vocablos y giros lingüísticos del habla popular torrijeña, aún utilizados por parte de nuestros mayores.

Recopilar términos lingüísticos, ora arcaicos, ora populares – que no vulgarismos – que han servido, básicamente, de vehículo de comunicación verbal entre nuestras gentes, ha sido tarea relativamente fácil y gratificante sobremanera. Sólo ha sido preciso disponer de una mínima capacidad de observación, algo de memoria y unas buenas dosis de amor por nuestra cultura y tradiciones; pero, sobre todo, saber escuchar. Contábamos, evidentemente, con la indudable ventaja de haber ido acumulando un importante bagaje del léxico que utilizaban e incluso utilizan nuestros mayores, auténticas “enciclopedias del saber y filosofía populares”. Y, pacientemente, fuimos recopilando términos, ora arcaicos como aquel “entiguar”, sinónimo de la locución adverbial local “en vez de”, ora modernos y actuales como “sin en cambio”, equivalente a “sin embargo”.

Y nos hemos permitido aplicar “los palabros” en una versión libre del famoso cuento de Charles Perrault, “Caperucita Colorá”.

“Érase que se era una rapazuela chiquilicuatre, pisca engurrumía, miaja sabaleta y sabidonda, de tez amoruchá, pelirrufa, de ojos pitiñosos y miaja bocarraná.

Como su madre, la señá Ugeña, le había ingeniao una capa colorá de un viejo sayo, los chachos la llamaron Caperucita Colorá, por custión de que “lo rojo” estaba muy mal visto en aquellos tiempos.

Caperucita – “Cape” pa los amigos – vivía en “Las Maquedas”, con su madre, en una casita cuchambrosa y casi desfaratá. Como s´habían quedao a rial y media manta, su padre, antaño curracanero; hogaño se había pirao a las Alemañas, pa agenciarse posibles. Así que, como la ocasión la pintan calva, un buen día cogió el tole tole, uséase   el pelendengue y se fue p´allá.

“Cape” tenía una agüelita que vivía en Barcience desde la época de los Taramonas. La pobre era más vieja que el tío Cachiche y, aunque estaba amojamá, acartoná, apilongá y avellaná, se encontraba, amás, mu guadralbillá, amantoná, amuermá, amuercá, amurriá y amojiná, por custión del andancio.

-¡Anda, “Cape”, ven aquíle, coge una banasteja y enllénala con unos albaritos y malacatones maúros de La Puebla, y una aguas de cojón de gato. Entiguar del pastel que me sa socarrao, apontoca unos pestiños, media libra de Chocolate Marrón, de Juensalida, un cacho de piñonate de La Mata, unos arripapalos de Gerindote y una botella de quina “Santa Catalina”, qu´es midicina y es golosina. To eso, se lo ties que llevar a la agüelita qu´está mu guadralbillá, amantoná, amuermá, amuercá, amurriá y amojiná. Yo no puedo dil porque voy a jalbegar el testero pa la Feria.

- ¡Jo, macagüen, ya me l´has entoligao, mami – reguñó por lo bajini la morconcilla.
  
 -¡”Cape”, no me contestes, no me contestes; no sea que hogaño te quedes sin enferiar…!

La amenaza fue mano de santo y Caperucita aplicó el cuento, aunque con la jeta mu arrugueteá.

Una vez enllena la banasta con los avíos u apañejos, la rapaza se despidió de su madre, no sin antes tener que escuchar los monsergos de la señá Ugeña.

- ¡”Cape”, no te aparranes con la Panparrulla, ni con los fantasmas, ni con el tío Carriches, ni con Quilino, aunque tenga más barbas que Carlitos; pero tate con el lobo Bolo Blas que, aunque paice más bolo que Cherengue, que Anchuras y que Abundio; más loco que Pinares y más tontuso que un civil de cartón, es un chichiribaile, rutimangas, pirracas, gaspachero y cucharetero de cuidiao. Y sobre to, tie mu mal cáriate…!

-¡Tate escuidiá, madre, m´apertrecharé contri ese tirillas asilvestrao! – respondió decidida Caperucita.

La señá Ugeña sacó de la faltriquera un rialillo y se lo entregó a su hija.

- ¡Toma, “Cape”, p´a te merques en ca la tía Anita una almuerza de pipas p´al camino!

Y vela aquíle cómo nuestra heroína coge el pelendengue, u séase el tole tole, y se va que se las pela caminito de Jerez – perdón de Barcience - . La pispaja camina tan campante, mientras canta la coplilla de moda, aprendida de sus compañeros de la Escuela Villa, donde dice el refrán que dan pan y tortilla:

                             “Los ratones de mi casa
                             han cogío la costumbre
                            de arrascarse los coj…s
                           con el gancho de la lumbre…
                               Que una y una, dos;
                              Que dos y una tres.
                          Que toma la palanca y toma,
                              la palanca y toma
                             la palanca y ven…”
   
Entonando tan dulce y melodiosa cancioncilla, “Cape” recorrió el pueblo de Torrijos de punta a rabo, no in antes mercarse el rialillo de pipas. Cogió la carretera de Toledo y, al llegar a la güerta de los Paculines, oyó una voz que la dejó aturullá y cuasi acarajotá:

-¡Apárate y aspera, “Cape”…! ¿Ónde vas…? – preguntó el lobo Bolo Blas que era más feo que un abisinio y más cucharetero, gaspachero y chinchorrero que la tía Mereja.

- ¡Pos ancá mi agüelita qu está mu guadalbrillá, amantoná, amuermá, amuercá, amurriá y amojiná!

-¡Claro, – exclamó Bolo Blas- es que tu agüela tie más años que e tío Cachiche…!

- ¡Y dale con la varita y con la rutimanga del tío Cachiche. Ya estamos con la tema…! – se enfurruñó una miaja Caperucita.

Y el chichiribaile del lobo, que no perdía ripio a la banasta le preguntó a la niña:,

- Anda, morconzuela, ¿c´apaños ties en esa banasteja…?

- ¡Pos liquela, Bolo Blas, unos albaritos y malacatones maúros de La Puebla, unas uguas, unos pestiños, unos arripapalos de Gerindote, media libra de Chocolate Marrón, un cacho piñonate de La Mata y una botella de quina “Santa Catalina”, qués medicina y es golosina! – recitó con su voz cantarina de niña de San Ildefonso la inefable “Cape”.

- ¡Pos ya ves, “Cape”, apuritamente yo vo a dil pa Barcience a cazar una liebre y a jalármele, pos estoy lampando y pasando más gazuza que los milanos de Alita! ¿Por ande nos vamos, “Cape”, por el Camino Viejo o por la carretera de Toledo? – preguntó Bolo Blas, deseoso de ir a la vera de la zagaleja por ver si entrampillaba o repelaba una porción de los avíos deliciosos que contenía la banasta y que tan buen fato le daban.

- ¡Por onde tú no vayas, porque mi madre me ha asermonao que no tenga cuidiao de la Pamparrulla, de las pantasmas, ni del tío Carriches, ni de Quilino, aunque tenga más barbas que Carlitos; pero tate contigo, porque aunque paices más bolo que Cherengue, que Anchuras y que Abundio; más loco que Pinares y más contuso que un civil de cartón, eres un chichiribaile, rutimangas, pirracas y cucharetero de cuidiao y ties mu mal carite…!

- ¡Pues mía quién  fue a hablar…! ¡Anda, apártate, que me tisnas, dijo la sartén al cazo! – reguñó el lobo Bolo Blas.

- ¡Cate, chori, que t´endiño un crujío con la banasta que t´apaño el gabán, so bigardo…! – amenazó con el puño izquierdo en alto “Cape”, por eso de ser roja.

La fiera corrupia que tenía más de caganío que de mozo pizarro, amitaló el mal geño y enfurruño de la pispaja, marisabidilla y sabidonda de Caperucita, en el inte.

- ¡”Cape”, si te paice, tú te vas por la vedera de la carretera y yo me voy por el Camino Viejo! – propuso el rutimangas, tirillas y sacaliñero Bolo Blas.

Y Caperucita Colorá, pavisosa, papona y setona de nación cayó en el garlito…
  
Entonando la preciosa y delicada cancioncilla que se estilaba, “Cape” tomó la vedera de la “Zanja de Calderón”, llegó a la güerta de Quilino, frente al “Prao de Pacheco”. Sobre la tupida alfombra, entre la floresta tapizada de violetas silvestres, humildes margaritas y delicados jacintos; mecida por el suave y dulzón cefirillo, la mariposa del amor, vestida con sus mejores galas, encendía la pasión de dos enamorados canes – ¡vaya cursilada! -  Que dicho de otra guisa, en cristiano, en román paladino, viene a decir: “En el socarral atiestao de cardos borriqueros, abrojos, piejos de señorita, jincos, huncos y verdolagas, dos perros estaban enligaos. ¡Allá penitas, tío Sotero…!

“Cape” suspiró profundamente al contemplar la idílica escena:

- ¡Ajo leche…! ¡Qué suerte tien los perros…! ¡P´a que digan que tien vida perra…!

Tras tan profunda como sutil filosófica reflexión, la mozuela prosiguió la vedera, dejando a la diestra, “en lo suyo”, a los afanados canes; y, a la sinistra, a “Los Pinos”. En lontananza atisbó la inconfundible figura de Quilino que, chaira en mano, cortaba el rabo a una cabra que se había acicutao – uséase, envenenao con acicuta - . “Cape” le saludó,¡cómo no!, con la mano izquierda y, en menos que se presina un cura loco, llegó a la recurva de la carretera de Barcience y siguió la linde…

Como “Cape”era mu lechuzona fue catando, a mámaro y a troche y moche, todas las moras de los morales; ora blancas, ora morás. Pero como las blancas estaba mu aceas y la podían percudir y agenciarle acedías, se puso con las moras morá, forrinchá, abutragá, implá…

Al llegar a la plaza de Barcience, frente al Palacio, como nuestra heroína iba pelín achará, piso una luria, colcha o perdiz de vuelo bajo, se refaró o farizó, “cogio una liebre” y se embarrunó. Un afilaor d´Ourense al lau la ayudó a incorporarse. Y, como Caperucita era muy leída y escribida, le dijo:

- ¡Muy agradecida, señor artesano de las chairas, estijeras y joces; gentil caballero andante y ciclista de la noble “Terra da Chispa”!

- ¡Carallu, qué rapaciña más finoda…! – pensó pa sus adentros el galleguiño.

Por fin” Cape” llegó en ca su agüelita, a las afueras del único barrio; arrecogió la llave, hizo charrabís con chis, abrió la puerta y se dirigió al dormitorio. ¿A qué no sabéis a quién se encontró en la cama…? Pues, a la agüelita guadralbillá, amantoná, amuermá, amuecá, amurriá y amojiná…

En el inte, “Cape” sacó los avíos de la banasteja, arrecogio la botella de quina Santa Catalina, “qu´es midicina y es golosina” y como si de pelicilina se tratase, contri más bebía, más güena se ponía… ¡Eso sí, cogió una jumera de tres pares de… y le dio por cantar el famoso pasodoble taurino “Francisco Alegre”.

“Cape” se despidió casi a la francesa y regresó a su casa torrijana por el Camino Viejo. Namás llegar a los álamos, se sintió apuchá, desgalichá, aparraná… Tenía necesidad de  apretar los gavilleros, uséase las canillas, porque se iba a hilillo…

- ¡Vele aquíle, no es mal lugar para aliviarse, entiguar de escagarruciarse por la pata abajo! – pensó.

Y como la morconcilla estaba  pero que mu percudía y corruta, ¡vaya fato que atiestaba…! ¡Hasta los guarros de la granja próxima se pusieron a gomitar…!

Sin en cambio, Caperucita Colorá seguía sumida en profundas cavilaciones o barruntejos.

- ¡He visto a mi agüela un tanto enrarecía...No estaba tan apilongá ni engurrumía! ¡Tenía los ojos más grandes; la boca, idem; las orejas, idem y los dientes, idem…! ¡Amás, Bolo Blas es vegetariano y me dijo que iba a dil a cazar una liebre por custión que está lampando y pasando más hambre que los milanos de Alita…! ¡Equilicúa…! ¡Seré setona y paponaza…! ¿A qué era el lobo el que ha repelao la banasta con los avíos y la quina Santa Catalina, “qu´es medicina y es golosina”? Y es que este Bolo Blas paice más que sospechoso. ¡Ya sé qu´está mu acalostrao y que porción de gente chamulla que se está volviendo malflorita, bacanita y más sapiruso que un palomo cojo, y hasta la dao por la custión del “dra cuin”…!

El ruido de un trote guarrero interrumpió su razonamiento. Apuritamente, por la vedera adelante, dos jinetes a la jineta sobre dos jacos con más mataúras que la borrica del panaero se aproximaban. “Cape” se subió rauda el rano para que no la vieran el culo en pompa y, una vez aparejá como Dios manda, les aparó y contó sus barruntos.

¿Eran, por ventura, dos cazadores aquellos jinetes a la jineta…? ¡Quia, que va…, eran dos guardas! Lo cierto y fijo es que Caperucita Colorá dio una nadita a plen cuadrá, se empingorotó de un brinco cabruno en la grupa del derrengao jamelgo del guarda mayor, se esparranjó sin sentir lacha de enseñar sus cañarejas canijuchas y escuchumizás y, casi en el inte, llegaron a la casa de la agüela. Entraron en la alcoba y sorprendieron a Bolo Blas apontocándose entre pecho y espalda los albaritos y malacatones maúros de La Puebla, amás de las uguas de cojón de gato, unos pestiños, media libra de Chocolate Marrón, un cacho de piñonate de La Mata y unos arripapalos de Gerindote.

El guarda mayor le endiñó un par de güescas al lobo Bolo Blas, quien confesó haber llevado a la agüela a la troje. La agüelita se abrazó a su nieta hasta casi espachurrarla. Bolo Blas fue conducido a la trena torrijana donde, sin en cambio, Toribio, el carcelero-alguacil-pregonero-camposantero le trató a tuti plen.

“Cape”, por fin, pudo regresar a su casa de Las Maquedas. Le contó a su madre, la señá Ugeña, lo sucedido y, en el inte, desanzoló el cabás, en un pispás, porque, al día siguiente, habría de asistir a la Escuela Villa, donde daban pan y tortilla.

Y colorín colorao…

¡Felicísima Feria de Septiembre 2013! ¡Carpe Diem…!

Asociación “Amigos de la Colegiata”