Francisco Pérez de Godoy y del Campo nació en Torrijos el 19 de Febrero de 1550, en el número 15 de la Calle de los Molinos. Era hijo de Juan Pérez de Godoy y Catalina del Campo.
En Torrijos, estudió primero en el Colegio de Clerizones de la Colegiata del Corpus Christi y después en el Estudio de Gramática y Retórica del monasterio franciscano de Santa María de Jesús. Desde allí a Salamanca para que prosiguiera sus estudios de Derecho. Como bachiller en Cánones, pasó al Colegio de los Padres Jesuitas de Medina del Campo, donde completó sus conocimientos de Derecho Canónico. También “sabía música y tocar arpa y otros instrumentos”. Fue en unos Ejercicios Espirituales donde Dios le tocó el corazón para dejar el mundo y hacerse jesuita. Tuvo muchas dificultades, entre ellas la de la cortarse el bigote, que cuidaba con orgullo. Sin embargo, la llamada de Dios fue más fuerte que el goce del mundo.
Comenzó el noviciado de la Compañía en 1572, bajo la influencia del venerable P. Baltasar Álvarez, confesor de su prima Teresa de Cepeda y Ahumada, Santa Teresa de Jesús, del que fue su director espiritual. Éste, muy pronto, lo apreció por su rara virtud: el fervor religioso y el espíritu de sacrificio que poseía.
En una ocasión en que el P. Baltasar le ofreció una cosa por el lado izquierdo, se dio cuenta que Francisco tuvo que girar la cabeza para verlo, descubriendo que no veía por el ojo izquierdo. Fue preguntado si era así, a lo que confesó ser verdad y que había encubierto el defecto, temeroso de no ser admitido en la Compañía y no poder ordenarse sacerdote, ya que por ese lado se leía el Canon de la Misa.
Mientras decidían qué hacer con él, llegó a Medina del Campo el P. Ignacio de Acevedo, provincial del Brasil, con la intención de reclutar misioneros. Allí conoció al torrijeño donde se ofreció para ir a Brasil con otros cuatro religiosos. Su astucia y sus dotes de músico (tocaba muy bien el arpa) le valieron para seguir siendo jesuita y poner una nota de alegría a su alrededor.
Continuaron su viaje hasta Portugal para visitar Évora, Coimbra y Braga. En todas estas ciudades iba inscribiendo voluntarios.
El día 3 de Mayo de 1570, festividad de la Santa Cruz, concentró en Val del Rosal a los 77 misioneros, y el día 2 de Junio escribió una carta, ya en el galeón Santiago, al General de la Compañía de Jesús desde Belem.
D. Luís de Vasconçelos y Meneses había sido nombrado gobernador del Brasil, y se dispuso a zarpar hacia allí en una flota compuesta por siete navíos. En tres de esos barcos se habían situado los misioneros jesuitas, llegando a mediados de Junio de 1570 al puerto de Funchal, en Madeira.
Poco tiempo antes había salido de La Rochela, en el sur de Francia, el hugonote francés Jacques Souris, al mando de sus navíos, ansiosos de encontrar algún botín. Al llegar al puerto de la isla portuguesa fue rechazado por la artillería del castillo de San Lorenzo y los cañones de las naves de D. Luís Vasconçelos, cuya flota aún se hallaba anclada en la bahía.
El galeón Santiago zarpó del puerto de Funchal con rumbo a Santa Cruz de La Palma el 7 de Julio de 1570, aprovechando que los piratas habían abandonado finalmente la isla. A bordo iba el P. Ignacio de Acevedo con 39 misioneros más y algunos pasajeros, amén de la tripulación. Estuvieron a punto de ser abordados por los cinco navíos de Sourie pero un fuerte viento se levantó repentinamente y dispersó a los barcos al aproximarse a La Palma. El galeón de los jesuitas tuvo que guarecerse rápidamente en el puerto de Tazacorte.
Anclado el galeón a tierra, los misioneros fueron acogidos por la familia Monteverde, y relacionada con el P. Ignacio, ya que Melchor de Monteverde y Pruss se había educado con él en su ciudad natal.
El 13 de Julio de 1570 celebró el P. Ignacio de Acevedo su última misa en tierra, en la iglesia del Patrón de La Palma, San Miguel Arcángel de Tazacorte.
Existe una tradición que dice que el P. Ignacio, en el preciso instante de que el jesuita bebía del cáliz, tuvo la revelación de su próximo martirio, provocándole una tremenda impresión. El P. Ignacio marcó sus dientes el borde del cáliz con una melladura: “hecha con los dientes incisivos, al tiempo de sumir el linguis, atribuyéndose entonces este hecho a la revelación que en aquel momento había tenido dicho padre de que iba a padecer martirio”.
El 14 de Julio de 1570 el galeón Santiago zarpó rumbo a Santa Cruz de La Palma, por la parte sur de la isla. El mar se hallaba en calma ese día, lo que obligó al galeón a avanzar bordeando la isla para aprovechar mejor el “terral”, la ligera brisa que le llega de tierra.
Al amanecer del día 15 de Julio, Jacques Sourie, a bordo del navío “Le Prince”, interceptó el galeón de los jesuitas cuando se aproximaba a la Punta de Fuencaliente, aprovechando los vientos que le venían del mar por la parte del levante. A los disparos de intimidación por parte de los piratas, le siguieron los intentos de abordaje. Mientras tanto, los otros navíos del pirata se iban acercando al galeón “Santiago”.
A la orden de Sourie, saltaron unos piratas de los cinco barcos franceses sobre el galeón portugués, ávidos de sangre y riquezas. Nada pudieron hacer ni los tripulantes ni los jesuitas. El P. Acevedo alentaba como podía a sus compañeros y compatriotas. El capitán de uno de los barcos atacantes lo hirió en la cabeza con una espada. A duras penas siguió animando a los suyos para perdonar a los verdugos, mientras abrazaba con fuerza el pequeño cuadro de la Virgen, obsequio de Pío V. Herido de muerte por tres golpes de lanza, cayó al suelo sin vida.
Los piratas acuchillaron a treinta y nueve jesuitas y lanzaron por la borda los cuerpos, algunos moribundos, hasta que los vieron hundirse en el mar. Francisco, que fue uno de los últimos en recibir el martirio, alentaba a sus compañeros con unas palabras que había oído al P. Baltasar Álvarez: “Hermanos, no olvidemos que somos hijos de Dios”.
Tan sólo perdonaron la vida al hermano cocinero, que era sobrino del capitán, pero no satisfecho con su destino, decidió vestirse con el hábito religioso y declararse jesuita. Fue inmediatamente degollado.
Este mismo día, víspera de Ntra. Sra. del Carmen, hubo fiesta en el Carmelo de Toledo, donde asistió Santa Teresa de Jesús. Retirada ya en su celda, en contemplación, “conoció la muerte de los cuarenta padres y hermanos de la Compañía de Jesús que iban al Brasil” entre los que estaba su sobrino Francisco Pérez Godoy, de Torrijos. Cuando se lo comunicó al P. Baltasar Álvarez le dijo “que los había visto con coronas de mártires en el cielo”.
Después del tormento, los piratas llegaron al puerto de San Sebastián de La Gomera. Con el paso de los días se fue divulgando la espeluznante noticia, y D. Diego de Ayala y Rojas, conde de La Gomera, logró de Jacques Sourie la entrega de los 28 miembros de la tripulación y pasajeros lusitanos que tenía prisioneros. Cuando llegaron estos hombres a Funchal, relataron minuciosamente al jesuita P. Pedro Díaz lo ocurrido a bordo de la nave portuguesa. Todo fue recogido en “La Relación del martirio del padre Ignacio de Azevedo y sus compañeros”.
El Papa Benedicto XIV en su Bula del 21 de Septiembre de 1742, reconoció el martirio de los cuarenta jesuitas “conocidos por antonomasia con el nombre de Mártires de Tazacorte”.
El 11 de mayo de 1854 el Papa Pío IX los beatificó y en el santoral católico aparece reflejada esta festividad el 15 de Julio.
Aunque en Torrijos no trascendieron las noticias de todos estos hechos.
Fue en Mayo de 1886, con motivo de las fiestas en honor del Santísimo Cristo de la Sangre, cuando el P. Julian Curiel, rector del colegio de la Compañía de Jesús en Talavera de la Reina, dio a conocer entre los torrijeños la figura del Beato Francisco. Célebre fue el sermón pronunciado por el P. Curiel, resaltando las cualidades y valores de nuestro ilustre paisano, pidiendo a todos la ayuda económica necesaria para realizar una talla de madera del Beato.
Además, se estuvieron recogiendo firmas para solicitar del Vaticano la aprobación canónica del culto en nuestro pueblo de la imagen del Beato, al igual que se había concedido a la Compañía de Jesús.
Con lo recaudado por los fieles, se adquirió una imagen de talla del Beato en un taller de Barcelona que llegó a costar 400 pesetas.
La imagen del Beato Francisco Pérez de Godoy fue colocada para el culto público en una de las hornacinas laterales del retablo mayor de la Capilla de San Gil.
Durante la Guerra Civil, la imagen del Beato sufrió la mutilación de la cabeza y los brazos, permaneciendo apartada en una habitación de la Colegiata.
En el año 1952, siendo alcalde de la Villa D. Roberto Barthe Pastrana y párroco D. Alejandro Corral Olariaga se colocó la primera piedra de la iglesia del nuevo barrio de Torrijos, la Colonia Gatell, por el obispo auxiliar de la Diócesis, monseñor Miranda.
En 1966, D. Anastasio Granados, Obispo Auxiliar de Toledo, consagró la Iglesia de las Colonias bajo la advocación del Beato Francisco Pérez de Godoy, cuya imagen preside el Altar Mayor.
En la actualidad, y en recuerdo de los Mártires de Tazacorte, se han colocado cuarenta cruces en el fondo del mar, donde se cree que fueron arrojados los jesuitas.
En Torrijos, estudió primero en el Colegio de Clerizones de la Colegiata del Corpus Christi y después en el Estudio de Gramática y Retórica del monasterio franciscano de Santa María de Jesús. Desde allí a Salamanca para que prosiguiera sus estudios de Derecho. Como bachiller en Cánones, pasó al Colegio de los Padres Jesuitas de Medina del Campo, donde completó sus conocimientos de Derecho Canónico. También “sabía música y tocar arpa y otros instrumentos”. Fue en unos Ejercicios Espirituales donde Dios le tocó el corazón para dejar el mundo y hacerse jesuita. Tuvo muchas dificultades, entre ellas la de la cortarse el bigote, que cuidaba con orgullo. Sin embargo, la llamada de Dios fue más fuerte que el goce del mundo.
Comenzó el noviciado de la Compañía en 1572, bajo la influencia del venerable P. Baltasar Álvarez, confesor de su prima Teresa de Cepeda y Ahumada, Santa Teresa de Jesús, del que fue su director espiritual. Éste, muy pronto, lo apreció por su rara virtud: el fervor religioso y el espíritu de sacrificio que poseía.
En una ocasión en que el P. Baltasar le ofreció una cosa por el lado izquierdo, se dio cuenta que Francisco tuvo que girar la cabeza para verlo, descubriendo que no veía por el ojo izquierdo. Fue preguntado si era así, a lo que confesó ser verdad y que había encubierto el defecto, temeroso de no ser admitido en la Compañía y no poder ordenarse sacerdote, ya que por ese lado se leía el Canon de la Misa.
Mientras decidían qué hacer con él, llegó a Medina del Campo el P. Ignacio de Acevedo, provincial del Brasil, con la intención de reclutar misioneros. Allí conoció al torrijeño donde se ofreció para ir a Brasil con otros cuatro religiosos. Su astucia y sus dotes de músico (tocaba muy bien el arpa) le valieron para seguir siendo jesuita y poner una nota de alegría a su alrededor.
Continuaron su viaje hasta Portugal para visitar Évora, Coimbra y Braga. En todas estas ciudades iba inscribiendo voluntarios.
El día 3 de Mayo de 1570, festividad de la Santa Cruz, concentró en Val del Rosal a los 77 misioneros, y el día 2 de Junio escribió una carta, ya en el galeón Santiago, al General de la Compañía de Jesús desde Belem.
D. Luís de Vasconçelos y Meneses había sido nombrado gobernador del Brasil, y se dispuso a zarpar hacia allí en una flota compuesta por siete navíos. En tres de esos barcos se habían situado los misioneros jesuitas, llegando a mediados de Junio de 1570 al puerto de Funchal, en Madeira.
Poco tiempo antes había salido de La Rochela, en el sur de Francia, el hugonote francés Jacques Souris, al mando de sus navíos, ansiosos de encontrar algún botín. Al llegar al puerto de la isla portuguesa fue rechazado por la artillería del castillo de San Lorenzo y los cañones de las naves de D. Luís Vasconçelos, cuya flota aún se hallaba anclada en la bahía.
El galeón Santiago zarpó del puerto de Funchal con rumbo a Santa Cruz de La Palma el 7 de Julio de 1570, aprovechando que los piratas habían abandonado finalmente la isla. A bordo iba el P. Ignacio de Acevedo con 39 misioneros más y algunos pasajeros, amén de la tripulación. Estuvieron a punto de ser abordados por los cinco navíos de Sourie pero un fuerte viento se levantó repentinamente y dispersó a los barcos al aproximarse a La Palma. El galeón de los jesuitas tuvo que guarecerse rápidamente en el puerto de Tazacorte.
Anclado el galeón a tierra, los misioneros fueron acogidos por la familia Monteverde, y relacionada con el P. Ignacio, ya que Melchor de Monteverde y Pruss se había educado con él en su ciudad natal.
El 13 de Julio de 1570 celebró el P. Ignacio de Acevedo su última misa en tierra, en la iglesia del Patrón de La Palma, San Miguel Arcángel de Tazacorte.
Existe una tradición que dice que el P. Ignacio, en el preciso instante de que el jesuita bebía del cáliz, tuvo la revelación de su próximo martirio, provocándole una tremenda impresión. El P. Ignacio marcó sus dientes el borde del cáliz con una melladura: “hecha con los dientes incisivos, al tiempo de sumir el linguis, atribuyéndose entonces este hecho a la revelación que en aquel momento había tenido dicho padre de que iba a padecer martirio”.
El 14 de Julio de 1570 el galeón Santiago zarpó rumbo a Santa Cruz de La Palma, por la parte sur de la isla. El mar se hallaba en calma ese día, lo que obligó al galeón a avanzar bordeando la isla para aprovechar mejor el “terral”, la ligera brisa que le llega de tierra.
Al amanecer del día 15 de Julio, Jacques Sourie, a bordo del navío “Le Prince”, interceptó el galeón de los jesuitas cuando se aproximaba a la Punta de Fuencaliente, aprovechando los vientos que le venían del mar por la parte del levante. A los disparos de intimidación por parte de los piratas, le siguieron los intentos de abordaje. Mientras tanto, los otros navíos del pirata se iban acercando al galeón “Santiago”.
A la orden de Sourie, saltaron unos piratas de los cinco barcos franceses sobre el galeón portugués, ávidos de sangre y riquezas. Nada pudieron hacer ni los tripulantes ni los jesuitas. El P. Acevedo alentaba como podía a sus compañeros y compatriotas. El capitán de uno de los barcos atacantes lo hirió en la cabeza con una espada. A duras penas siguió animando a los suyos para perdonar a los verdugos, mientras abrazaba con fuerza el pequeño cuadro de la Virgen, obsequio de Pío V. Herido de muerte por tres golpes de lanza, cayó al suelo sin vida.
Los piratas acuchillaron a treinta y nueve jesuitas y lanzaron por la borda los cuerpos, algunos moribundos, hasta que los vieron hundirse en el mar. Francisco, que fue uno de los últimos en recibir el martirio, alentaba a sus compañeros con unas palabras que había oído al P. Baltasar Álvarez: “Hermanos, no olvidemos que somos hijos de Dios”.
Tan sólo perdonaron la vida al hermano cocinero, que era sobrino del capitán, pero no satisfecho con su destino, decidió vestirse con el hábito religioso y declararse jesuita. Fue inmediatamente degollado.
Este mismo día, víspera de Ntra. Sra. del Carmen, hubo fiesta en el Carmelo de Toledo, donde asistió Santa Teresa de Jesús. Retirada ya en su celda, en contemplación, “conoció la muerte de los cuarenta padres y hermanos de la Compañía de Jesús que iban al Brasil” entre los que estaba su sobrino Francisco Pérez Godoy, de Torrijos. Cuando se lo comunicó al P. Baltasar Álvarez le dijo “que los había visto con coronas de mártires en el cielo”.
Después del tormento, los piratas llegaron al puerto de San Sebastián de La Gomera. Con el paso de los días se fue divulgando la espeluznante noticia, y D. Diego de Ayala y Rojas, conde de La Gomera, logró de Jacques Sourie la entrega de los 28 miembros de la tripulación y pasajeros lusitanos que tenía prisioneros. Cuando llegaron estos hombres a Funchal, relataron minuciosamente al jesuita P. Pedro Díaz lo ocurrido a bordo de la nave portuguesa. Todo fue recogido en “La Relación del martirio del padre Ignacio de Azevedo y sus compañeros”.
El Papa Benedicto XIV en su Bula del 21 de Septiembre de 1742, reconoció el martirio de los cuarenta jesuitas “conocidos por antonomasia con el nombre de Mártires de Tazacorte”.
El 11 de mayo de 1854 el Papa Pío IX los beatificó y en el santoral católico aparece reflejada esta festividad el 15 de Julio.
Aunque en Torrijos no trascendieron las noticias de todos estos hechos.
Fue en Mayo de 1886, con motivo de las fiestas en honor del Santísimo Cristo de la Sangre, cuando el P. Julian Curiel, rector del colegio de la Compañía de Jesús en Talavera de la Reina, dio a conocer entre los torrijeños la figura del Beato Francisco. Célebre fue el sermón pronunciado por el P. Curiel, resaltando las cualidades y valores de nuestro ilustre paisano, pidiendo a todos la ayuda económica necesaria para realizar una talla de madera del Beato.
Además, se estuvieron recogiendo firmas para solicitar del Vaticano la aprobación canónica del culto en nuestro pueblo de la imagen del Beato, al igual que se había concedido a la Compañía de Jesús.
Con lo recaudado por los fieles, se adquirió una imagen de talla del Beato en un taller de Barcelona que llegó a costar 400 pesetas.
La imagen del Beato Francisco Pérez de Godoy fue colocada para el culto público en una de las hornacinas laterales del retablo mayor de la Capilla de San Gil.
Durante la Guerra Civil, la imagen del Beato sufrió la mutilación de la cabeza y los brazos, permaneciendo apartada en una habitación de la Colegiata.
En el año 1952, siendo alcalde de la Villa D. Roberto Barthe Pastrana y párroco D. Alejandro Corral Olariaga se colocó la primera piedra de la iglesia del nuevo barrio de Torrijos, la Colonia Gatell, por el obispo auxiliar de la Diócesis, monseñor Miranda.
En 1966, D. Anastasio Granados, Obispo Auxiliar de Toledo, consagró la Iglesia de las Colonias bajo la advocación del Beato Francisco Pérez de Godoy, cuya imagen preside el Altar Mayor.
En la actualidad, y en recuerdo de los Mártires de Tazacorte, se han colocado cuarenta cruces en el fondo del mar, donde se cree que fueron arrojados los jesuitas.
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